30 de janeiro de 2012

Internet, ¿acaba con la ortografía?


La Nación, 30 de Enero,2012

La incorporación de nuevas tecnologías no tiene por qué significar una ruptura con las normas ortograficas y de redacción




Los avances tecnológicos en el campo de las comunicaciones constituyen una acelerada experiencia de creación continua de recursos que no cesan de abrir perspectivas de crecimiento. Considerar los efectos disfuncionales que pueden resultar del empleo de esos eficaces medios es problema que se ha descubierto con el uso, como suele suceder con las innovaciones.
Un ejemplo significativo de esa realidad es el caso de los ordenadores, incorporados de manera dominante a la vida contemporánea, hasta el punto de volverse imprescindibles en el trabajo, el estudio, en la relación social y, también, en sus inagotables ofertas de juegos. Esa presencia constante ha llevado a la inclusión del aprendizaje de su uso en la escuela, como respuesta adecuada a una necesidad de hoy.
Ahora bien, se ha observado que la expansión de los nuevos instrumentos, sobre todo en manos de adolescentes y jóvenes, se acompaña de un efecto indeseado: las faltas de ortografía y de redacción, en un nivel tal que llega a oscurecer el contenido de los mensajes para los ojos de los no iniciados en mensajes crípticos.
Surge así un debate, del que se ha ocupado recientemente Pablo Linde en el diario madrileño El País. El punto de partida de la controversia se plantea ahí en estos términos: "La Internet acaba con la ortografía".
Desde luego, hay gente valiosa que quiere eximir al medio de culpas y acude a diversos argumentos. Uno de ellos, para nada equivocado, es afirmar que no es que se cometan más errores que antes, "lo que ocurre es que ahora se los ve más". (Esto coincide con lo expresado semanas atrás por la profesora María Gabriela Pauer, en entrevista con este diario: "Sí ha crecido la publicidad de muchos textos y de escritos que antes eran de índole privada y ahora se hacen públicos casi automáticamente", por lo que, concluye también Pauer, si hay más textos hay más posibilidad de error.)
Hay quienes dicen que podrían escribir correctamente, pero no lo hacen "porque, si lo hiciesen, quedarían excluidos de su entorno". Para rematar la defensa se agrega que los errores que se imputan al uso de las computadoras son responsabilidad de una enseñanza deficitaria, con lo cual se transfiere la falla al proceso educativo.
Opiniones prestigiosas, como la de Darío Villanueva, secretario de la Real Academia Española, disienten de las de los que afirman que las nuevas tecnologías producirán "una hecatombe" en el idioma. Y un especialista como el profesor y periodista Ariel Torres, editor del suplemento Tecnología de este diario, luego de distinguir entre faltas de ortografía y abreviaturas presentes en el chat, los SMS y Twitter, sostiene que las primeras son fruto de la ignorancia, en tanto que las otras expresan una capacidad de abreviar y condensar pensamiento.
En suma, si son atendibles las razones expuestas por los defensores de la Web, también es menester que no caduquen la corrección ortográfica ni la que reclama la redacción, signos de una calidad de formación indispensable para cualquier actividad seria. También es válido recordar que la pobreza en la habilidad de redactar limita la posibilidad de expresar el pensamiento.
En un terreno práctico, la computadora ofrece un recurso que no hay que olvidar: la corrección ortográfica, que inmediatamente enciende la luz roja cuando hay error. Lo que sigue después del aviso es la consulta a un medio a menudo marginado por los adolescentes. Se trata del diccionario, herramienta de empleo indispensable, por lo cual merece siempre estar a mano. Y en la Web también está.
Así como nadie olvidaría los principios básicos de matemática aprendidos tanto en la escuela primaria como en la secundaria, nadie debería olvidar las normas de ortografía y de redacción igualmente enseñadas en esas etapas de estudio porque, como lo señalan todos los expertos consultados, aunque parezca gratuito o inocuo al principio escribir mal conlleva a la larga una condena social.

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