9 de abril de 2012

Mundo Mafalda


POR PATRICIA SUÁREZ ESCRITORA

Con las palabras que no tuvo Periquita y la garra política que no heredó Lisa Simpson, Mafalda es un personaje único. Aquí, su mirada de época y la filosofía que la anima.
Mafalda.
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08/04/12 - 00:13Clarin
Mafalda es única. Aunque en sus comienzos haya parecido un homenaje a Periquita y en la actualidad la haya heredado un poco Lisa Simpson. Sin embargo, Periquita está sumida en el silencio, en comparación, y a Lisa le falta la garra para cuestionar el mundo.

La tira nació oficialmente en 1964, en Primera Plana, pero Mafalda ya era una nena que hablaba. Y marca un antes y un después en los lectores argentinos: los adultos que la leían “en vivo y en directo” por aquellos años, se sonreían. Los adultos argentinos de entonces (la leían en los diarios El Mundo, El Litoral, Córdoba, Noticias, de Tucumán, o la revista Siete Días), si podían, o hacían la revolución o compraban Nervocalm. Para los demás lectores  –por lo general se accede a Mafalda en la adolescencia–, los que la leímos después en las tiras que publicó Ediciones de la Flor, ella se convertirá en el bálsamo con el cual soportar la realidad y las pérdidas de estos últimos cuarenta años: una dictadura con un saldo de 30 mil desaparecidos, una guerra inútil e injusta, la prosperidad fingida de los 90, el ingreso con tarjeta de cartón a un primer mundo de pacotilla.

Dice Quino que la hizo cascarrabias: en realidad es una melancólica que estalla de ira por los avatares del mundo. La realidad política remite en última instancia a la naturaleza codiciosa y cruel del ser humano y nos hace desgraciados y Mafalda es quien denuncia todo el tiempo, a través de la frescura de su humor, la maldad y la impericia del hombre y la ingenuidad de muchas de las soluciones planteadas a los problemas mundiales, como el hambre y la paz. 
En un reportaje de 1987, el autor explica que el nihilismo de Mafalda se refiere a la índole del ser humano, no a la civilización. “Estaba convencido de que si alguien no modificaba un gen del hombre, éste desaparecería a corto plazo”. Con ironía, Mafalda sobrellevaba los conflictos bélicos del Congo, Israel, Vietnam, la Unión Soviética, Hungría, las Revoluciones sangrientas, y en el plano local, el golpe de estado de Onganía, la eterna contradanza de precios y costo de la vida; y las dos paranoias fundantes de esas décadas: el terror amarillo y el avance del comunismo, con su consecuencia: la guerra nuclear. 
La sopa, que ella detestaba (fue la época en que la sopa en cubitos se impuso), sin duda era un mal menor. No hay lector ferviente de la tira que no acabe odiando la sopa tanto como ella. Sin embargo, hay dos cosas buenas con que enfrentar el mundo y que pueden escudarnos, sostiene Mafalda: los Beatles y el amor de los amigos.
Los seis amigos tienen intereses distintos y hasta irreconciliables por momentos, sin embargo construyen un vínculo que aspira al bienestar del grupo. Tal como el sueño que anhela: ser intérprete de la ONU para lograr la paz mundial. Aquí es cuando Mafalda se pone de verdad optimista y ansía creer en que los gobiernos de distintos países pueden acordar entre sí, como acuerdan los amigos.
En 1973, Mafalda dejó de salir en los diarios y con eso terminó su vida de historieta. Quino declaró sentirse oprimido por el personaje; las peroratas de Mafalda acabaron siéndole insoportables y no la extrañó jamás una vez que dio por finalizada la tira. Volvió, en ocasiones, a ilustrarla en otras producciones, como La declaración de los Derechos del Niño que publicó UNICEF en 1976.
Pero Mafalda ya no regresó a la vida de personaje de historieta; Quino se exilió en España y sus fans argentinos nos quedamos un poco huérfanos. Para Umberto Eco, leer Mafalda era indispensable para entender la realidad argentina; hoy Wikipedia lo contradice, afirmando que los temas que se tratan en la tira son universales. Sin embargo, la vigencia de Mafalda, con su cotidianidad porteña y una clase media a la que pertenece, ¿se vive igual leída por un francés o un sueco?

El último libro, Mafalda 10, nobleza obliga, Quino lo dedicó a Mafalda, Manolito, Felipe, Susanita, Miguelito, Guille y Libertad. Uno puede comprender al creador cuando dice: “Se acabó, se agotó” y que se haya negado a conformar un equipo de guionistas para generar nuevas ideas, como hicieron Charles M. Schulz con Peanuts, Matt Groening con Los Simpson o Nick con Gaturro. Uno, lo admira, lo entiende y agradece.
Pero igual, ¿a quién no se le estrujó el corazón de pena cuando cerró Mafalda 10?



El creador de la niña rebelde y entrañable

Mendocino por nacimiento y ciudadano del mundo por elección, es un autor de historietas que representa los valores más universales de la cultura argentina.
Joaquín Salvador Lavado nació en Mendoza durante el helado invierno de 1932. En su familia, integrada por inmigrantes andaluces, ya había un tío Joaquín, así que al pequeño le tocó el sobrenombre de Quino, para diferenciar. Según él mismo cuenta, de eso se enteró cuando entró a la escuela y lo llamaron por primera vez por el nombre. Y fue toda una sorpresa.

Quino tenía la misma relación de terror que su personaje Felipe con la escuela, pero por lo menos allí se dio cuenta de que su talento era el dibujo. Allá en su ciudad, al pie de los Andes, comenzó a perfeccionar ese don, mientras soñaba con publicar en revistas como “Rico Tipo”. A inicios de los años 50 se decidió finalmente a probar suerte en Buenos Aires, donde se vivía una edad de oro de las historietas y las revistas de humor gráfico.
Comenzó a publicar en lugares como “Vea y Lea”, “Leoplán”, “TV Guía”, “Panorama” y “Atlántida”, hasta que un día su amigo Miguel Brascó (sí, el ahora especialista en vinos) le propuso hacer una tira para promocionar los electrodomésticos Mansfield. Esa historieta, que mostraba a una familia argentina tipo, sería el germen del que nacería Mafalda, a mediados de la década de 1960. La tira es recibida con extraordinaria pasión por los lectores y se publica hasta 1973 en las páginas de las revistas “Primera Plana” y “7 Días” y el diario “El Mundo”, además de ser reunida en formato de libro, primero por Jorge Alvarez Editor y luego por Ediciones de la Flor.

Mientras sus libros (tanto los de Mafalda como otros clásicos como “A mí no me grite”) comienzan a publicarse con éxito en Latinoamérica y Europa, Quino decide partir, junto a su mujer Alicia rumbo a Italia, tras el golpe militar de 1976. Desde Europa su carrera cobra un gran impulso internacional. Grandes casas editoriales del Viejo Continente se pelean por tener a Quino entre sus autores y así aquel niño mendocino que odiaba ir a la escuela se convierte en un fenómeno de escala global.

Ya en la década de 1980, invitado para integrar el jurado del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana, viaja a Cuba, donde comienza su amistad con el director de cine de animación Juan Padrón, con quien desarrolla la serie “Quinoscopios”. Luego, con motivo del festejo por el regreso de la democracia a la Argentina, se organizan muestras retrospectivas en Buenos Aires y en Mendoza dedicadas a su obra.

Autor de alcance universal, Quino hizo realidad el lema de “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Partiendo de personajes y situaciones bien argentinas, consiguió hablar de temas que hacen a la condición humana y que se pueden entender en un banco de plaza de Buenos Aires como en un café de París o en la cola de un banco en Hong Kong. Lugares y gentes distantes y diferentes que parece imposible que pudieran reír y emocionarse con un mismo personaje. Un personaje llamado Mafalda.

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