4 de abril de 2014

Elogio de la transmisión, Juan Carlos Tedesco

                  Hace ya varios años, George Steiner lanzó este “elogio de la transmisión” en un diálogo con una profesora de literatura de escuelas secundarias parisinas. Su postulado provocó malestar y estupor entre los especialistas en educación, para quienes la transmisión siempre fue considerada como una operación propia de los enfoques más tradicionales y conservadores en pedagogía. En su reemplazo, las diferentes versiones de las pedagogías del siglo XX reivindicaron la construcción autónoma del aprendizaje como la vía para diseñar estrategias acordes con los objetivos educativos progresistas.
                  El postulado de Steiner, sin embargo, no puede ser considerado como la reacción individual de un intelectual alejado de la pedagogía ni tampoco como un producto de movimientos políticos conservadores. Paradójicamente, no son los movimientos sociales alternativos al capitalismo los que hoy combaten la práctica de la transmisión. Al contrario, la idea según la cual no hay nada socialmente compartido que debamos transmitir es uno de los rasgos más importantes de la cultura de lo que ha dado en llamarse “nuevo capitalismo”. En este paradigma cultural del individualismo extremo, el discurso dominante enfatiza la idea según la cual nada me une con el otro. La competencia es el vínculo social básico, lo cual provoca una fuerte ruptura con el pasado y con el principio de la transmisión del patrimonio cultural común. En este contexto, el gran interrogante que enfrenta la cultura contemporánea – y la educación como proceso social - consiste en saber si tenemos algo legítimo que transmitir a las nuevas generaciones.
La transmisión es un proceso que tiene lugar tanto en la dimensión cognitiva como en la dimensión social y cultural. Un reciente libro de tres filósofos franceses (M-C. Blais, M. Gauchet y D. Ottavi, Transmettre, apprende, Stock, 2014), pone de relieve que la transmisión, a pesar de haber desaparecido de los discursos culturales dominantes, sigue vigente en la realidad social. La familia, la escuela, las instituciones culturales, los medios de comunicación, siguen operando sobre la base de procesos de transmisión. Pero la negación de la importancia de la transmisión en el discurso culturalmente dominante provoca una significativa ausencia de legitimidad tanto en los actores como en los contenidos asociados a dicho proceso. Las tecnologías de la información y sus principales productos, por su parte, están erosionando la transmisión “vertical” y promoviendo procesos de transmisión entre pares que, lejos de estimular mayores niveles de autonomía, parecen estar asociados a nuevas formas de dependencia y de uniformización particularmente entre los adolescentes.
                  Desde el punto de vista cognitivo también se percibe un renovado análisis acerca del valor de operaciones cognitivas denostadas por las teorías pedagógicas. Desde los aportes de las neurociencias hasta la recuperación del tradicional debate entre los enfoques de Piaget y Vigostsky, estamos ante un escenario que permite abrir el abanico de posibilidades para la definición de estrategias de enseñanza-aprendizaje que rompan el inmovilismo de las últimas décadas. Las nuevas perspectivas se apoyan en un enfoque donde la construcción individual brinde un lugar indispensable a la transmisión intergeneracional.
                  La transmisión, en este enfoque, tiene un fuerte componente de explicación. No es imposición irreflexiva pero tampoco es horizontalidad o indiferencia frente a los resultados. Explicar supone querer compartir, querer vincularse con el otro. Supone romper tanto la indiferencia que está detrás de los enfoques individualistas (donde cada uno se las arregla como puede) como el autoritarismo tradicional, donde el contenido de la transmisión debe ser asumido sin comprensión.
                  Recuerdo haber leído, hace ya unos meses, un reportaje a un músico de rock muy admirado por los jóvenes argentinos donde agradecía a sus profesores de literatura de la escuela secundaria haberlo obligado a leer a Quevedo. Ahora estaba en condiciones de valorar ese esfuerzo. Nuestra tarea no es entretener ni satisfacer sólo demandas. Una parte no menor del trabajo de la escuela es transmitir el patrimonio cultural, que ha sido construido por todos y que debe estar al alcance de todos, para que puedan enriquecerlo con su aporte.

Juan Carlos Tedesco

Universidad Nacional de San Martín (Argentina)

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